Espejo

En mi casa el espejo promete revelar la verdad en su máxima objetividad. Cada vez que me encuentro frente a él, me planteo la pregunta inquietante: ¿en realidad es así? Algunos podrían argumentar que la realidad es subjetiva, que se moldea según nuestras percepciones y deseos individuales, etc. En ese sentido, los espejos podrían ser considerados como una metáfora, reflejando cómo construimos nuestra propia realidad. Y se acabó el cuento.

Sin embargo, mientras observo mi reflejo en el espejo, no puedo evitar preguntarme si hay algo más allá de mi propia interpretación. ¿Existe una verdad objetiva que trascienda mi subjetividad y deseos personales? ¿O es acaso el espejo un testigo silencioso de mi propio autoengaño, mostrándome solo lo que quiero creer? Entonces el espejo ve algo mas y no me lo quiere mostrar, ya sea por capricho o como gesto paternal para conmigo.

En este debate filosófico, descubro que las respuestas son elusivas, irrisorias e incluso modestas. Tal vez el espejo sea simplemente eso: una herramienta, una ventana a través de la cual exploramos nuestra propia percepción y nos adentramos en los confines de nuestras emociones y sueños. Puede ser un catalizador para la introspección, desafiándonos a cuestionar nuestras convicciones y explorar diferentes perspectivas.

Aunque las respuestas pueden resultar esquivas, una cosa es segura: la relación entre nuestra percepción, nuestros deseos y la realidad es compleja y fascinante. En ese sentido, los espejos nos invitan a reflexionar sobre la naturaleza misma de la verdad y a sumergirnos en el intrigante laberinto de nuestra propia existencia.

Así que, mientras sigo contemplando mi reflejo en ese espejo que promete tanto, pero cumple poco, continúo explorando las múltiples capas de la realidad, cuestionando y reconstruyendo mi percepción, consciente de que, al final, puede que la respuesta esté más cerca de lo que imagino, esperando a ser descubierta en el reflejo que yace ante mí.